"No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte."
Asimismo, en la vida diaria no son solo los premios o los castigos los rieles o barandas que delimitan el curso por donde conducimos nuestras acciones. Hay metas a largo plazo sustentadas en los principios del bien común, la solidaridad social y el amor al prójimo que orientan nuestra vida y le dan significado trascendente a las obras grandes y pequeñas que emprendemos, a las causas a las que nos entregamos, al modo de vida que asumimos. La humanidad ha buscado desde siempre esa motivación suprema, la respuesta espiritual al por qué existencial, la pregunta que intrigó al primate original una vez que un pícaro trozo de ADN lo alejó del paraíso terrenal de los instintos animales y lo parió en la selva de las dudas que preceden cada una de sus acciones, tan metafóricamente descrito como el pecado original al morder el fruto del árbol del conocimiento.
Por mucho tiempo las religiones, surgidas por la necesidad de normar la convivencia entre nuestros ancestros, se encargaron de satisfacer esas inquietudes, con las limitaciones inherentes a las respectivas concepciones geográficas, históricas y conductuales del momento en que se consolidan en sus ámbitos colectivos. Los liderazgos religiosos fueron aglutinados a las estructuras jerárquicas del poder y calcificaron en el tiempo posturas anacrónicas que les permitieron mantener el status quo; a pesar que en muchos casos los simbolismos e iconografías eran contrarios a los postulados surgidos de la evolución del pensamiento que les dio vida, persisten aún hoy como parte de las respectivas liturgias con un carácter mágico y supersticioso, como amuletos que más que espirituales son espirituosos. Eran, y son, símbolos del poder, disfraces píos de la dominación en nombre del bien, cadenas para beatos sumisos.
"Cura que en la vecindad
vive con desenvoltura:
¿Para qué llamarle cura
si es la misma enfermedad?"
Ni hablar de los malos ejemplos, pasados y presentes, flébiles o estruendosos, de los que, enfundados en sotanas cargaron de vergüenza a aquellos buenos hombres y mujeres que dedicaron su vida al bien. Desde las cruzadas a los Borgia, desde la inquisición a los acusados de pedofilia. Y no salen incólumes otras religiones, siempre listas a usar la palabra de, por darle un nombre, Dios, para justificar actos inhumanos de barbarie arreando a los fieles, cosa que dolorosamente ha sido copiada sin evolución aparente por la política que sigue pareciendo la ciencia de la ganadería humana: ¿en qué se diferencian los cruzados, los soldados israelíes, los moros que ocuparon España o los nazis de Hitler?
"Si no amas a tu hermano, al que puedes ver, ¿cómo puedes amar a Dios, al que no puedes ver?"
Promesas de una vida después de la muerte, donde los sacrificios hechos en vida serán recompensados en el paraíso o nirvana, han sido manida excusa para someter y subyugar pueblos enteros, historia de diezmos y pirámides, de acomodados purpurados cavilando sobre el peso de los ángeles mientras poblados enteros morían de mengua, de la miseria, de la esclavitud y la autoflagelación para redimir el pecado de nacer pobres, negros o judíos o simplemente en el lugar y momento equivocado.
Pero el amor al prójimo es inacabable e invencible. Por encima del odio y el egoísmo hay religiosos y laicos que día a día, contra dificultades inenarrables aportan su grano de arena para construir un mundo mejor. Revolucionarios con o sin sotanas que siguen admirando a Ernesto Cardenal aún después que le reprendiera el Sagrado Tubérculo (cuyo sucesor hoy sigue impidiendo a los sacerdotes inmiscuirse en política en una actitud que los venezolanos interpretamos erróneamente como reprimenda a los jerarcas de derecha cuando es en realidad un veto a los sacerdotes comprometidos con las luchas sociales).
Al lado de aquellos que van a la iglesia, sinagoga, mezquita o templo de su particular ¿devoción? a buscar exculparse cómodamente de sus pecados en un fútil intento de limpiar su conciencia sucia por medio de liturgias supersticiosas, de la adoración extática de íconos sacralizados encerrados en adornados recintos aromáticos que más que concentrar la fe la secuestran del mundo natural, hay también aquellos que, con buenas intenciones van a buscar la fuerza espiritual del ejemplo de los mártires para proseguir su labor de bien, a pesar de lo ambiguo que puede resultar la simbología de la cruz para nuestro pueblo latinoamericano o amerindio.
El Dios vivo es la acción, es la ayuda al necesitado, es la ilustración de los que están en las tinieblas presos entre los barrotes de la ignorancia; la sabiduría es invisible para quien no la tiene. No hay excusa para la confrontación: el futuro de Venezuela esta plasmado en un proyecto de país descrito en la constitución de 1999, en el cual se reitera el carácter pacífico de los procesos necesarios para alcanzarlo.
Como todo proceso evolutivo, se requiere de esfuerzos valerosos para superar esta etapa del estado reformista y cupular modelado con la anterior constitución y a cuyos efectos ya perniciosos nos seguimos aferrando por temor atávico a la innovación o al progreso, así como un vicioso se aferra a la cadena que lo esclaviza. Pero no podemos detener la historia; tenemos que vivirla, ser parte de las transformaciones que implica. Y para ello es necesario estudiarla, analizarla, entenderla y comprenderla.
"Sólo hay tres tiempos: presente del pasado, presente del presente y presente del futuro. Ellos están en mi mente y no los veo en otra parte. El presente del pasado: la memoria. El presente del presente: la percepción. El presente del futuro: la espera."
Acopiando la sabiduría del pasado mediante el estudio mejoramos nuestra percepción del presente y podemos actuar acertadamente para que el futuro sea mejor. Es la labor de todos, es la razón de ser.
Franco Munini.
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte."
Asimismo, en la vida diaria no son solo los premios o los castigos los rieles o barandas que delimitan el curso por donde conducimos nuestras acciones. Hay metas a largo plazo sustentadas en los principios del bien común, la solidaridad social y el amor al prójimo que orientan nuestra vida y le dan significado trascendente a las obras grandes y pequeñas que emprendemos, a las causas a las que nos entregamos, al modo de vida que asumimos. La humanidad ha buscado desde siempre esa motivación suprema, la respuesta espiritual al por qué existencial, la pregunta que intrigó al primate original una vez que un pícaro trozo de ADN lo alejó del paraíso terrenal de los instintos animales y lo parió en la selva de las dudas que preceden cada una de sus acciones, tan metafóricamente descrito como el pecado original al morder el fruto del árbol del conocimiento.
Por mucho tiempo las religiones, surgidas por la necesidad de normar la convivencia entre nuestros ancestros, se encargaron de satisfacer esas inquietudes, con las limitaciones inherentes a las respectivas concepciones geográficas, históricas y conductuales del momento en que se consolidan en sus ámbitos colectivos. Los liderazgos religiosos fueron aglutinados a las estructuras jerárquicas del poder y calcificaron en el tiempo posturas anacrónicas que les permitieron mantener el status quo; a pesar que en muchos casos los simbolismos e iconografías eran contrarios a los postulados surgidos de la evolución del pensamiento que les dio vida, persisten aún hoy como parte de las respectivas liturgias con un carácter mágico y supersticioso, como amuletos que más que espirituales son espirituosos. Eran, y son, símbolos del poder, disfraces píos de la dominación en nombre del bien, cadenas para beatos sumisos.
"Cura que en la vecindad
vive con desenvoltura:
¿Para qué llamarle cura
si es la misma enfermedad?"
Ni hablar de los malos ejemplos, pasados y presentes, flébiles o estruendosos, de los que, enfundados en sotanas cargaron de vergüenza a aquellos buenos hombres y mujeres que dedicaron su vida al bien. Desde las cruzadas a los Borgia, desde la inquisición a los acusados de pedofilia. Y no salen incólumes otras religiones, siempre listas a usar la palabra de, por darle un nombre, Dios, para justificar actos inhumanos de barbarie arreando a los fieles, cosa que dolorosamente ha sido copiada sin evolución aparente por la política que sigue pareciendo la ciencia de la ganadería humana: ¿en qué se diferencian los cruzados, los soldados israelíes, los moros que ocuparon España o los nazis de Hitler?
"Si no amas a tu hermano, al que puedes ver, ¿cómo puedes amar a Dios, al que no puedes ver?"
Promesas de una vida después de la muerte, donde los sacrificios hechos en vida serán recompensados en el paraíso o nirvana, han sido manida excusa para someter y subyugar pueblos enteros, historia de diezmos y pirámides, de acomodados purpurados cavilando sobre el peso de los ángeles mientras poblados enteros morían de mengua, de la miseria, de la esclavitud y la autoflagelación para redimir el pecado de nacer pobres, negros o judíos o simplemente en el lugar y momento equivocado.
Pero el amor al prójimo es inacabable e invencible. Por encima del odio y el egoísmo hay religiosos y laicos que día a día, contra dificultades inenarrables aportan su grano de arena para construir un mundo mejor. Revolucionarios con o sin sotanas que siguen admirando a Ernesto Cardenal aún después que le reprendiera el Sagrado Tubérculo (cuyo sucesor hoy sigue impidiendo a los sacerdotes inmiscuirse en política en una actitud que los venezolanos interpretamos erróneamente como reprimenda a los jerarcas de derecha cuando es en realidad un veto a los sacerdotes comprometidos con las luchas sociales).
Al lado de aquellos que van a la iglesia, sinagoga, mezquita o templo de su particular ¿devoción? a buscar exculparse cómodamente de sus pecados en un fútil intento de limpiar su conciencia sucia por medio de liturgias supersticiosas, de la adoración extática de íconos sacralizados encerrados en adornados recintos aromáticos que más que concentrar la fe la secuestran del mundo natural, hay también aquellos que, con buenas intenciones van a buscar la fuerza espiritual del ejemplo de los mártires para proseguir su labor de bien, a pesar de lo ambiguo que puede resultar la simbología de la cruz para nuestro pueblo latinoamericano o amerindio.
El Dios vivo es la acción, es la ayuda al necesitado, es la ilustración de los que están en las tinieblas presos entre los barrotes de la ignorancia; la sabiduría es invisible para quien no la tiene. No hay excusa para la confrontación: el futuro de Venezuela esta plasmado en un proyecto de país descrito en la constitución de 1999, en el cual se reitera el carácter pacífico de los procesos necesarios para alcanzarlo.
Como todo proceso evolutivo, se requiere de esfuerzos valerosos para superar esta etapa del estado reformista y cupular modelado con la anterior constitución y a cuyos efectos ya perniciosos nos seguimos aferrando por temor atávico a la innovación o al progreso, así como un vicioso se aferra a la cadena que lo esclaviza. Pero no podemos detener la historia; tenemos que vivirla, ser parte de las transformaciones que implica. Y para ello es necesario estudiarla, analizarla, entenderla y comprenderla.
"Sólo hay tres tiempos: presente del pasado, presente del presente y presente del futuro. Ellos están en mi mente y no los veo en otra parte. El presente del pasado: la memoria. El presente del presente: la percepción. El presente del futuro: la espera."
Acopiando la sabiduría del pasado mediante el estudio mejoramos nuestra percepción del presente y podemos actuar acertadamente para que el futuro sea mejor. Es la labor de todos, es la razón de ser.
Franco Munini.